ITZELINA Y LOS RAYOS DEL SOL
ITZELINA Y LOS RAYOS DEL SOL
Una ardilla voladora que
brincaba entre árbol y árbol le gritaba desde lo alto. ¿A dónde vas, Itzelina?,
y la niña respondió: Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos
todos los rayos del sol y así tenerlos para mí solita. No seas mala, bella Itzelina, le dijo la ardilla Deja algunos pocos para
que me iluminen el camino y yo pueda encontrar mi alimento. Está
bien, amiga ardilla - le contestó Itzelina-, no te preocupes. Tendrás como
todos los días rayos del sol para ti. Siguió caminando Itzelina, pensando en
los rayos del sol, cuando un inmenso árbol le preguntó. ¿Por qué vas tan
contenta, Itzelina? - Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos
todos los rayos del sol y así tenerlos para mí solita, y poder compartir
algunos con mi amiga, la ardilla voladora. El árbol, muy triste, le dijo:
También yo te pido que compartas conmigo un poco de sol, porque con sus rayos
seguiré creciendo, y más pajaritos podrán vivir en mis ramas. -
Claro que sí, amigo árbol, no estés triste. También guardaré unos rayos de sol
para ti. Itzelina empezó a caminar más rápido, porque llegaba la hora en la que
el sol se
levantaba y ella quería estar a tiempo para atrapar los primeros rayos que
lanzara. Pasaba por un corral cuando un gallo que estaba parado sobre la cerca
le saludó. Hola, bella Itzelina. ¿Dónde vas con tanta prisa? Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla
de hilos todos los rayos del sol y así poder compartir algunos con mi amiga la
ardilla voladora, para que encuentre su alimento; y con mi amigo el árbol, para
que siga creciendo y le dé hospedaje a muchos pajaritos. Yo también te pido
algunos rayos de sol para que pueda saber en las mañanas a qué hora debo cantar para
que los adultos lleguen temprano al trabajo y los niños no vayan tarde a la escuela. Claro que sí, amigo gallo, también a ti te
daré algunos rayos de sol – le contestó Itzelina. Itzelina siguió caminando,
pensando en lo importante que eran los rayos del sol para las ardillas y para
los pájaros; para las plantas y para los hombres; para los gallos y para los
niños. Entendió que si algo le sirve a todos, no es correcto que una persona lo
quiera guardar para ella solita, porque eso es egoísmo. Llegó a la alta montaña, dejó su malla de
hilos a un lado y se sentó a esperar al sol. Ahí, sentadita y sin moverse, le
dio los buenos días, viendo como lentamente los árboles, los animales, las
casas, los lagos y los niños se iluminaban y se llenaban de colores gracias a
los rayos del sol.
Cuento de Luis Antonio Rincón García (México)